"Hora: 20 horas 20 minutos 00 segundos.
Lo llaman Cerro Purgatorio porque con su altísima cima de trescientos metros de caída libre está justo en medio del Cielo y la Tierra. Dicen los viejos, siempre tan buenos conocedores de las leyendas que nacen en los lugares donde habitan, que un hombre, mientras va cayendo al vacío, tiene tiempo suficiente como para arrepentirse de todos y cada uno de los pecados que cometió en su vida. Si no hace demasiado viento se pueden alcanzar los doscientos kms/h antes de tocar tierra. Seis segundos de rápido viaje hacia el paraíso. Sólo seis.
No hace mucho tiempo que los que padecen depresión y los deportistas de alto riesgo lo vienen utilizando, como medio terapéutico unos y como diversión los otros. El único vínculo que mantienen con la vida es un trozo de tela llamado parapente que se abre justo en el momento en que El Purgatorio puede hacer honor a su nombre, alejándolos del encuentro fatal y elevándolos a la categoría de dioses voladores. Dicen las teorías psicológicas modernas que la descarga de adrenalina que produce esta situación borra de la psique el desapego característico que por la vida tienen los que sufren esta enfermedad del alma. No se. Puede ser. Seguramente conseguirá aliviar a aquellos que nunca tienen lo que quieren porque nunca quieren lo que tienen. Quizá ese momento de éxtasis infinito que provoca el arrebatarle a la muerte su derecho en el último momento elimine cualquier vestigio de desdicha futura.
Yo vengo a probar. Quiero ver si es cierto. No tengo demasiadas ganas de vivir. Deseo participar en ese descenso hacia la tierra prometida. Necesito sentir qué es verdaderamente la vida. Tengo que hacerlo porque ya no me veo capaz de seguir adelante, de luchar por nada ni por nadie, por cielo o por infierno.
Ahora me estoy asomando al borde del precipicio y realmente es impresionante. Sopla una ligerísima brisa y el sol se está poniendo en un majestuoso alarde de colores imposibles y bellísimos. Es hora de saltar. No siento nada especial. Allá voy.
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20 horas 20 minutos 01 segundos.
Me he lanzado al aire con auténtica rabia, sin dudar un instante. Inmediatamente la gravedad se adueña de mi masa corporal y, sin compasión, tira hacia abajo con brusquedad. Estoy volando. El tiempo parece estirarse como una goma elástica. Puedo pensar mucho mas deprisa de lo normal. Aunque no son palabras sino sentimientos lo que afloran a mi mente en estos momentos.
Realizo un chequeo instantáneo del material y veo que la anilla de la que he de tirar cuando queden dos escasos segundos permanece en su sitio, justo en la cintura, a la altura de la mano derecha. La velocidad inicial no es excesiva pero la sensación de caída es espeluznante. Siento como si me hundiera de manera muy sosegada en un pozo de nada, como si la realidad se hubiese desplomado y cayera hacia un agujero de inexistencia progresiva. Me abandono al placer de dejar de ser. Cada músculo de mi cuerpo ha dicho ¡por fin! y noto como cede la obligación continua que ejerce la lucha por frenar de lo sólido. Ya todo es una liberación casi lujuriosa. La machacona impertinencia que el peso infringe a mi ansia de laxitud plena se ha visto derrotada de improviso mediante un sencillo gesto: abandonarse al vacío. Pero claro, esta obstinada cacería de total libertad tiene, como todo, su precio. Y cuanto más subes más alta es la caída. Se te permiten seis segundos de mágico conjuro , pero si en cuatro no has tirado de la anilla, entonces todo lo que la naturaleza se ha visto forzada a admitir muy a su pesar te lo devuelve multiplicado y amplificado en la misma medida en que tuvo que abandonar su dominio sobre la materia.
Lo malo es que no siento ninguna necesidad especial de usar esa anilla. Es cierto que las sensaciones físicas de la experiencia son extraordinarias pero no consigo encontrar su paralelo en lo psíquico.
Me quedan cinco segundos de mísera vida y yo no consigo encontrar ninguna razón que me haga desear ver como se despliega mi parapente justo en el momento preciso.
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20 horas 20 minutos 02 segundos.
El aire comienza a circular mucho mas veloz que hace un segundo. Todavía no tengo dificultades para respirar pero pronto las tendré. La ropa flamea con cierta virulencia y el ondular de la tela se transforma un golpeteo molesto. Descubro que si extiendo los brazos, además de caer, también avanzo hacia adelante, como si fuera un pájaro. No quiero vivir pero sin embargo quiero ser halcón. Quiero dejar atrás un montón de cosas, pegadas a esa pared de roca que se va alejando de mí como un mal pensamiento en día de Nochebuena.
Mi extraña percepción temporal me brinda la oportunidad de recordar tiempos pasados, tiempos mejores, en donde yo era otro. Como tantos, conocí el amor y el desamor; la amistad y la intriga; el placer y el dolor; la solidaridad y el egoísmo; la fidelidad y la traición.
Todos esos sentimientos se arremolinan alrededor mío y me hacen creer que aún puedo volver a ser el que fui. Me atacan como avispas enfurecidas, me aguijonean y me inyectan el veneno terrible de la esperanza. Percibo como se va infiltrando por mis venas a la vez que se van sacudiendo el polvo de viejas heridas mal cicatrizadas. Si. ¿Por qué no?. Nada es eterno. Volver a creer en algo, volver a ser inocente. Si. ¿Por qué no?. Pero no es suficiente. Para echar de menos la vida hace falta temer a la muerte y yo no le tengo ningún miedo.
Diría que en este mismo momento me dirijo hacia ella con cierto júbilo, con algo de prisa, como a ciento y pico kilómetros por hora. Y he de reconocer que persiste un instinto animal que me llama a gritos y me pide que agarré con fuerza la anilla para dar un apretón en este mismo lapso, antes incluso del margen de seguridad de los cuatro segundos que se necesita para salvarse con certeza del golpe definitivo. Pobre instinto de conservación. Lo tengo totalmente horrorizado en mi irracional obcecación por hacerlo desaparecer del cometido a que fue destinado. No comprende que no soy solo animal, que la parte que gobierna mi voluntad es bien distinta. Una parte que no conoce los limites establecidos por la naturaleza.
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20 horas 20 minutos 03 segundos.
La velocidad ya es bastante considerable. El poder de causar dolor que transmite el aire al tejido de mi ropa es enorme. Las colisiones de alta frecuencia que producen las arrugas del traje de nylon me están causando un adormecimiento casi hipnótico en todo el cuerpo. Ya no es dolor, es una corriente de anestésico contradictorio que, a base de maltratarme las terminaciones nerviosas, las cansa y están dejando de responder poco a poco, en una cadencia rítmica muy embriagadora.
Ante mi aparece un paisaje inmenso, ilimitado como una promesa de amor. Todo lo que tengo abajo se me presenta como un negativo del cielo. Ahora lo que veo, en vez del interminable azul de la atmósfera, es una extensión equivalente de superficie verde. Nunca había percibido las cosas de este modo. Parece que en vez de caer hacia una masa de tierra dura asciendo hacia un mar de felicidad esmeralda. Aletargado por el ruido del viento y por el constante masaje de la ropa entro en un mundo nuevo de emociones. Sigo bajando cada vez mas rápido pero a la vez voy cayendo en la cuenta de que esto es vivir. Avanzar y avanzar sin mirar atrás. Cada vez más aprisa pero más intensamente. Si. Me parece que se inicia una especie de necesidad de olvidar lo que me hace no amar la vida.
Cuando llegue a tierra(el cielo) quiero volver a sentir esto y creo que no necesitaré despeñarme por un barranco para entenderlo. Sé que cuando llegue podré repetir sin paracaídas y sin vuelo. Mi mano tiembla en un intento por darle utilidad a la anilla. No estoy seguro del todo pero ya tengo la certeza de que me acerco al final que mi parte animal quisiera llevar a cabo. Ya la estoy asiendo con fuerza. Solo me resta pegar un fuerte tirón y tomaré tierra dispuesto a dejarme abrazar por la hierba. Me parece que los árboles tienden sus mullidas ramas hacia mi como intentando amortiguar mi caída y que los ríos desvían ligeramente sus cursos para impedir que su hermana tierra, menos tolerante, se haga dueña improcedente de mi cuerpo que desciende a una velocidad inadecuada para ser bien recibido.
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20 horas 20 minutos 04 segundos.
¡Esto es maravilloso!. El nivel sonoro es tan intenso que mis oídos solo perciben un zumbido; la velocidad tan elevada que ya noto lo que siente un “peregrino” en pleno picado. Me siento explotar de felicidad. No puedo creer que hace unos segundos no quisiera vivir. Me gustaría decir tantas cosas...Pedir perdón a mis padres por las ofensas causadas, disculparme ante los amigos por las faltas cometidas, mostrar humildad por esos necesitados que alguna vez desprecié. ¡Si!. Y decirles a aquellas que me amaron y yo no amé que fui un pobre tonto. Gracias por el don de vuestro amor. Y aquellas que amé y no me amaron, gracias por provocar el don de mi amor. El corazón me arde tan puro y transparente como este aire que traspaso a ritmo de vértigo. Y mi alma se encuentra tan liviana como ahora mi cuerpo. Cuando llegue al suelo besaré a los viejos troncos de encina, acariciaré las sedosas manchas de musgo y mimaré las aguas cristalinas que vengan a acompañarme.
Sólo me queda un mes de vida, según los médicos que me diagnosticaron un cáncer masivo de colon, pero a pesar de los dolores tremendos que auguran, y que ya empecé a sentir hace pocos meses, pretendo llegar a mis treinta días. Dicen que empeoraré con celeridad y que me convertiré en una carga insoportable para mis familiares, pero creo que necesito usar esta anilla de salvación. Trataré de luchar hasta el final y no dejaré que este cáncer maldito me arranque ni un solo día de vida. En el hospital aseguraron varios especialistas que no había cura y que este tipo de tumor era tan extraño que no había tratamiento para el dolor tan insoportable que provocaba.
¡Vamos, tira de la anilla!, me digo a mi mismo con una fuerza hasta hace bien poco impensable. Solo tienes que hacer un pequeño movimiento y todo el resto de amaneceres que te quedan los compartirás con lo que aquí has soñado en pocos segundos. Y no lo dudé más. Inicié el movimiento que correspondía para hacer que los mecanismos del cordaje de la vela se vieran liberados de su tensión.
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20 horas 20 minutos 05 segundos.
Pero cuando está a punto de saltar el resorte me detengo. El suelo se acerca con una urgencia sobrecogedora pero no creo que lo vaya a admitir de esta forma, sin frenar mi precipitado avance hacia él.
¡No entendí nada!. Me había equivocado. Para echar de menos la vida no hay que temer a la muerte. Sólo hay que aceptar que no es mas que una pobre anciana que obtiene su poder asustando, ocultando que en realidad la que le da entidad es la misma vida. Y una vez que se vive, la muerte esta vencida. Simplemente eso. Si yo permanezco sin abrir el paracaídas hasta que el suelo me alcance lo único que sucederá es que habré completado mi ciclo de victoria contra ella. Hasta mi instinto de conservación lo ha comprendido y se acurruca junto a mi voluntad, resignado, como un gatito manso alrededor de los pies de su amo.
Yo ya no necesito esperar a que un día ella aparezca, envuelta en su capa de miedo y tortura, para reclamar su derecho al sufrimiento. Ella se alimenta de muchas cosas pero sobre todo de dolor. No estoy dispuesto a dejar que me lleve a su terreno. Una vez que le ves la cara y le coges desprevenida ya no produce temor.
Cada nueva vida que brota le arrebata un pedazo de su terrible eternidad y cuando todo acabe para todos y no queden más seres que puedan desgarrar su vasta oscuridad, entonces si que estará perdida porque ya no tendrá razón de existir. Ella misma se absorberá en un agujero de desolación mas terrible incluso que la nada absoluta. Al igual que sin la luz no se concibe la oscuridad, sin la vida, la muerte pasa a ser un sin sentido.
¡Aquí me tienes, muerte!. Disfruta, porque solo lo puedes hacer una vez, y no precisamente de la manera que a ti más te gusta: huyendo. Una vez que entregue mi cuerpo a esta tierra no podrás hacer nada para sacudirte toda la vida que portaban mis venas, todo los pensamientos que ha producido mi mente, todo el amor que ha desprendido mi alma. Los llevarás siempre encima clavados como espinas de metal ardiente que te recordarán una y otra vez tu fracaso sobre mi.
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Antes yo no tenía miedo a desaparecer porque en realidad ya estaba muerto en vida, aliándome con la negra sombra de la inexistencia, en una horrible mezcolanza de desesperanza y terror. Ahora no tengo miedo porque he vivido lo suficiente en estos seis segundos como para haber comprendido lo que buscamos cuando no encontramos. ¿Paz? ¿Amor? ¿Felicidad?. Que más da. Y cuando esto nos invade de manera absoluta ya nada importa porque todo está cumplido. Tampoco sé si Dios existe o no. La verdad es que no me importa demasiado. Creo que solo es la personificación alentadora de lo que yo he descubierto hoy aquí. Y una maravillosa forma de combatir a nuestro enemigo mas feroz: la desilusión.
Me giraré en el aire para quedar mirando hacia el primer cielo y permaneceré tendido de espaldas en este segundo paraíso verde al que me proyecto a la velocidad del pensamiento. Me voy. Pero no me voy vencido. Me voy sonriendo. Dejo atrás un lago de aguas limpias y cristalinas en las que me sumergí gracias solo a seis segundos de ingravidez que me han permitido estallar en inagotables lágrimas de éxtasis maravilloso. Me voy, si, pero yo he visto cosas que quizá otros no verán jamás; he sentido algo que otros muchos tal vez morirán sin conocer; he vivido como algunos no tendrán la suerte de existir. Muchos envejecerán sin saber lo que es realmente vivir. Yo, en pocos instantes, lo he hecho. De un modo que ellos ni siquiera soñarán en noventa años. Gritarán desde sus tumbas pidiendo justicia. Yo descansaré tranquilo.
Ah. Cerro Purgatorio...a veces los ancianos saben más que nadie.
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20 horas 20 minutos 06 segundos."
<º)))><
Simplemente sin comentarios.
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