Esta pasión por el diálogo entre el artificio y la realidad es experimentado sin temor por el realizador de Charlie, la fábrica de chocolote. Por ello, aún en la máxima manifestación de la era digital, Burton elige -siempre- un tono un tanto más saturado que roza la irrealidad para, de esta manera, exhibir ante su espectador un mundo que jamás podría haber sido registrado por una cámara. Piénsese por ejemplo en la presentación de sus films: aquellas máquinas alucinantes del señor Wonka así como, los engranajes y la sangre del comienzo de Sweeney..., claramente exhibida como artificio puesto que la misma tiene más afinidades con una pintura al aceite.
El problema con Burton -y este es sin duda su mayor logro- es que de sus mundos emana persistentemente un plus de sentido, cuya raíz siempre es afectiva; es decir, el mundo de Burton continuamente tiene un funcionamiento metafórico, intenta representar otra entidad, y esa otra cosa no es más que las perturbaciones afectivas de su, o sus, personajes. Esto equivaldría a decir que el contexto burtoniano es subjetivo y estaría intrínsecamente ligado a lo que acontece al personaje. De ahí tal vez el tambalearse del film entre artificio y realidad. Por ello, tal vez, esa sangre del comienzo que chorrea por los engranajes (luego sabremos que se trata de la silla del barbero), por las paredes y baldosas, no pueda tener un aspecto completamente real. Porque Sweeney Todd -falsa identidad del barbero Benjamin Barker- no es un mero asesino que necesita del despiadado movimiento de su navaja sobre una garganta, sino que es un hombre que persigue una venganza y reclama por su hija, aparentemente aún con vida. La sangre de Sweeney… representa, más allá de lo evidente, la idea de linaje, la mayor perturbación del señor Todd.
No hay dudas de que estamos, en términos estéticos, frente a una continuidad en la obra de Burton. Sin embargo, llama la atención la elección de este musical, cuyo estreno en Broadway data de años, y en donde su personaje parece presentar un desvío respecto de sus encantadores “héroes”. Edward (El joven manos de tijera), Wonka (Charlie y la fábrica de chocolate), Ed Bloom (El gran pez), Ichabod (El jinete sin cabeza) son personajes sin duda excéntricos pero además vulnerables, creativos y bondadosos. Incluso Ed Wood, Ari (El planeta de los simios) y los más oscuros, Batman y la cadavérica novia, no tienen en su carácter rastros de malicia. Pero este no es el caso del demoníaco Sweeney y su aliada, la señora Lovett, quien recicla los restos de la barbería del señor Todd, preparando "exquisitos" platos de carne.
Aparentemente Sweeney fue alguna vez un personaje burtoniano: Benjamin Barker, un joven barbero enamorado de su esposa Lucy y padre de una pequeña hija. Barker vivía su vida plenamente hasta que un día el malicioso juez Turpin, embelezado por la belleza de Lucy, acusa al barbero con cargos falsos para así deshacerse del enamorado esposo. En el proceso de unos quince años, que forman parte de una prehistoria del film que no es aludido mediante ningún flashback, sucede una transformación “demoníaca”. Benjamin Barker se transforma en el “antihéroe” Sweeney Todd y viene a Londres, sin un plan demasiado organizado, a buscar algo de aquello que ha perdido, sin darse cuenta de que esta empresa es infructuosa ya que si hay algo que ya no puede retornar es Benjamin Barker.
Como ya es natural en Burton, Sweeney Todd sortea todos los obstáculos, ingresando en un género poco explorado por el realizador -el musical-, y poco explorado por sus actores, quienes sin ser grandes cantantes logran evitar cualquier tropiezo. Tal vez para el espectador poco habituado al género pueda resultarle densos algunos pasajes -particularmente algunas canciones que se repiten en un breve lapso de tiempo-, pero aún así resultará difícil que no se disfrute de este demoníaco film cuya funcionamiento parece ser más eficaz que un meticuloso corte en la garganta.
Puntaje.
Historia: 8
Actuaciones :8
Sexo:0,3
Entretenimiento:7
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