Sin lugar para los débiles es el territorio de la constante, de la regla. Por eso el film no tiene música, cuenta con diálogos sobresalientes por su áspera simpleza, tiene gestos que conforman una imagen para el recuerdo. No cualquier recuerdo. Sino uno de esos que dejan la sensación de lo que se vio, su sentido oculto, que siempre es una percepción; como si la retina retuviera un espíritu en vez de una fotografía.
En ese territorio de la constante, en ese universo, gobierna la vida y la muerte un dios. Igual de cruel que todos los fantaseados por los hombres. Seres que pedían que los humanos les entregaran lo más preciado que tenían, que por lo general era su propia familia; ente que les pedía sacrificios constantes si no querían pasarla mal; esencias que tomaban la forma humana para dirimir sus disputas, descargando su ferocidad sobre los más débiles.
De él no se puede escapar. De él, todos quieren escapar. La fuga, la emoción de lograr la liberación imposible es lo que guía sus deseos más íntimos; íntimos por temor a ser descubiertos y castigados, no por posible incomprensión. De vez en cuando, muy de vez en cuando, se produce la excepción. Una conjunción de hechos a la que siguen otros hechos y posibilita eso que la civilización toda, en extensión geográfica y cronología histórica, entendió como milagro. Una excepción que, paradojalmente, se presenta a diario, a la manera de un cínico entusiasta que llama a seguir buscando la concreción del milagro sabiendo de antemano lo nulo de su probabilidad.
Liberarse de ese dios que condena a una existencia imposible de conservar, incluso en sus más miserables y feas formas, es lo que da sentido, tensión y apasiona de la película de los Coen. Un film metafísico, podría decirse. De una profundidad pocas veces vistas. Que lleva el desapego de lo material hasta el punto de convertirse en una narración de lo inasible, de lo que no se ve, ni se toca, ni se oye, ni se huele, no se saborea pero forma mentes, cuerpos, movimientos, acciones, pulsiones para configurar destinos, determinar éxitos y fracasos, establecer diferencias de clase y de culturas, moldear bellezas y gustos, conformar léxicos, modismos, lenguas, visiones del mundo.
En tiempos de imposible inocencia (antes que por falta de frescura, por exceso de conciencia) sólo queda optar, como los personajes del film, qué se prefiere ser (o no) en ése, este territorio sin lugar para los débiles: el que venció la culpa (Javier Bardem); el que, harto, intenta su último acto de liberación (Josh Brolin); o el que prefiere seguir negando que es parte del asunto (Tomy Lee Jones). En los tres casos, sin la mínima garantía. Eso es para los débiles.
Puntaje :
Historia:9
Actuaciones:10
Sexo:0
Entretenimiento:7
